jueves, 8 de diciembre de 2011

ella

ayer casi me pongo a llorar en la calle. resulta que yo estaba esperando a marid, sentada al borde de la vidriera de un takeout chino, a unos cinco pasos había una pareja de viejitos.

él la tomaba del brazo con cierta violencia, quería llevarla hacia el lado contrario al que ella quería dirigirse. al principio pensé que era un viejo de mierda y me quedé mirando por si fuese necesario ayudar a la pobre viejita que lucía tan indefensa. pero rápidamente me di cuenta que la viejita estaba como perdida, te diría que ida completamente, ahí entendí la vehemencia en el puño de él cuando la sujetaba. él le hablaba con calma, como si no fuese esa la primera vez que eso sucedía. cada tanto me miraba, como avergonzado por mi descaro. pero yo no podía dejar de mirarlos.

finalmente la convence de volver, de alejarse de la avenida y, consecuentemente, de mi. caminaban lento. él lucía unas zapatillas blancas, unos pantalones de traje marrones (que le llegaban hasta el cuello más o menos) y una camisa manga corta a cuadros amarillentos. ella unos jeans con elástico y una remera olvidable. ambos cómodos. ambos despreocupados por la moda. tan lindos eran que quería ir a abrazarlos yo también mientras los miraba alejarse. él la sostenía por la cintura. él la amaba, lo supe cuando se inclinó para besar su hombro.

y me dio una tristeza tan grande haber presenciado eso que casi me largo a llorar ahí nomás. por suerte ahí llegó marid para recordarme que aunque yo no tenga a ese chabón que me vaya a abrazar y me devuelva a mi hogar cuando el alzheimer aflore (y que no te quepa la menor duda que en mi caso es inevitable) al menos la tengo a ella.  

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