La primera vez que pensé "para adentro" (dícese de ocasiones en las que escuchamos nuestra voz sin emitir sonido alguno) tenía 5 o 6 años.
Estaba subiendo las escaleras de "mi casa la que se incendió" (futuro post), indignada y odiante. Mi mamá había olvidado que a mí me gustaban los fideos con manteca y no con tuco. Después de llorar caprichosamente y leer entre líneas ese olvido como un acto de desamor, me fui. Casi llegando al descanso de la escalera pensé barbaridades, ahí fue cuando me di cuenta. Tenía superpoderes. Instantáneamente dejé de llorar. ¿Alguien más escuchaba mis pensamientos? Miré para atrás. Temí que mis pensamientos realmente se llevasen a cabo.
Me mata no acordarme si me fui a mi cuarto o si volví a la mesa para corroborar que mi madre no estuviese muerta.
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